LEMA PLAN PASTORAL MESES NOVIEMBRE Y DICIEMBRE.
Por: Pbro. Genaro Moreno Piedrahita – Director del SEDAC (Servicio de Animación Comunitaria)
“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Noviembre y diciembre son meses muy significativos para nosotros los cristianos…Noviembre mes de los fieles difuntos, de todos los santos, comienzo del tiempo de adviento y Diciembre mes de la familia celebrando a la Inmaculada, el Nacimiento del Salvador y toda la vivencia de Navidad y encuentro.
Y en estos dos últimos meses del año terminamos el año de la esperanza y su jubileo. Pero la vivencia vivida este año nos ha servido para unirnos más a Cristo, nuestro Señor, que anima nuestra esperanza y nos hace vivir en ella.
Estamos viviendo en nuestro Proceso evangelizador el Primer Paso que es el Encuentro con Cristo, y todos estos años pastorales nos han ayudado a ese encuentro personal y comunitario con Él, pero también a vivir el compromiso de estar con Él, ya que el está y estará con nosotros todos los días de nuestra vida.
En estos tiempos en que el mundo parece lleno de incertidumbres, donde tantas personas viven sin rumbo ni consuelo, el Señor nos invita a volver a la fuente de la esperanza verdadera: permanecer unidos a Él. Sin Él, la vida se vacía de sentido; con Él, incluso el sufrimiento se transforma en camino de salvación. Él en el Evangelio nos recuerda que el Hijo de Dios es la vid y nosotros los sarmientos (cf. Jn 15,5). Si permanecemos unidos a Él, damos fruto; si nos separamos, nos secamos. Esta imagen sencilla nos revela una verdad profunda: la esperanza cristiana brota de la unión con Cristo.
El encuentro con Cristo y la unión con él no es solo rezar de vez en cuando ni asistir a la misa como un hábito; es una experiencia que debe ser, como decía San Juan Pablo II, de “ojos abiertos y corazón palpitante”. Es una comunión viva, personal y constante. Tener el Encuentro Con Cristo significa dejar que su Espíritu habite en nosotros, que su Palabra oriente nuestras decisiones, que su amor inspire cada gesto y cada relación. Esto debe hacer que se transforme nuestra mirada: ya no vemos la vida con miedo, sino con confianza; ya no caminamos solos, sino acompañados por el Señor que nunca abandona.
El vivir la esperanza de estar con Él, no solo es una experiencia individual, sino que esa experiencia de fe en el Resucitado nos hace pensar en el bien de los demás. Esta experiencia de encuentro con Él nos hace desear que los demás vivan ese mismo amor que hemos experimentado nosotros. Y no solo queremos que los demás lo vivan, sino que el encuentro verdadero con Cristo hace que quiera vivir esta misericordia de Dios en comunidad. Y así podemos ser esperanza para el mundo entero y el mundo entero tendrá esperanza de un mundo mejor.
Cristo nos convoca y llama para que seamos testigos de esperanza en medio del mundo. Cada cristiano, en su hogar, en su trabajo, en su comunidad, está llamado a irradiar la alegría de saberse amado por Dios. En un mundo que sufre, nuestra fe debe traducirse en gestos concretos: acompañar al que está solo, consolar al triste, perdonar al que nos ofendió, compartir con el necesitado.
Así, nuestra esperanza se vuelve contagiosa; nuestra fe se hace luz. El Papa Francisco nos decía: “No dejemos que nos roben la esperanza”. Y tiene razón: la esperanza se defiende viviéndola, compartiéndola, alimentándola cada día con la oración, la Palabra y la Eucaristía.
En estos dos meses te invito a hacer esta sencilla oración de la esperanza cada día, ya sea personal, en tu familia o en tu comunidad:
Oración de la Esperanza
Señor Jesús,
Tú eres la luz que nunca se apaga
y la esperanza que no defrauda.
En Ti confía mi corazón,
aunque a veces el camino sea oscuro
y el cansancio me quiera vencer.
Tú conoces mis luchas y mis temores,
mis silencios y mis anhelos.
Enséñame a esperar,
no con impaciencia, sino con fe;
no con angustia, sino con amor.
Cuando todo parezca perdido,
recuérdame que Tú resucitaste,
que la cruz no fue el final,
y que tu victoria es también la mía.
Haz, Señor, que mi esperanza no se apague,
que mi fe no se debilite
y que mi corazón no se cierre.
Dame la gracia de ver tu mano en todo,
de confiar en tus tiempos,
y de creer que siempre haces nuevas todas las cosas.
Que mi esperanza sea fuerte en las pruebas,
serena en la espera,
y viva en el servicio a los demás.
Que nunca deje de proclamar, con alegría y gratitud:
“Cristo vive, y por eso mi esperanza vive también.”
Amén
					
												
