Hoy, Miércoles Santo, concluye la Cuaresma y, al mismo tiempo, termina la primera parte de la Semana Santa, la Semana Mayor. Mañana, jueves, se da inicio al Triduo Pascual, núcleo de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia dentro el año.

Miércoles, el Día de la Traición

En este día se recuerda el episodio más oscuro de la vida de Judas Iscariote, el traidor, nada menos que uno de los Doce. Hoy viene a nuestras mentes, siguiendo las Sagradas Escrituras, la noche en la que el Iscariote se reúne con el Sanedrín, tribunal religioso judío, y pacta con sus miembros la manera de entregar a Jesús a cambio de 30 monedas.

El plan para matar a Jesús está en marcha. Por esta razón, muchos se refieren al Miércoles Santo como “el primer día de luto de la Iglesia”.

Según el Nuevo Testamento, el miércoles anterior a su muerte Jesucristo estaba en Betania, hospedándose en la casa de Simón el Leproso. Una mujer le ungió sus pies y su cabeza con aceite de nardo, acto que indignó a sus discípulos, quienes estaban en la mesa acompañando a Jesús, ya que ese producto era costoso y se podía vender para darle el dinero a los pobres.

Sin embargo los planes de Judas eran otros, queriendo quedarse con aquel dinero. El apóstol fue al Sanedrín con el fin de traicionar a Jesús a cambio de una suma de monedas de plata. Durante el Jueves Santo, el discípulo buscaría el momento para traicionar a Jesucristo luego de la Última Cena. Le dio una señal a los sacerdotes: «Al que yo besare, aquel es: prendedle», Mateo 26:48.

Los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan cuentan las versiones de lo que ocurrió después. Luego de aquel beso, se llevan al hijo de Dios a Poncio Pilato, donde es sentenciado. Judas se arrepiente de su acto de traición, culpable de entregar «sangre inocente», se ahorcó. Sobre su muerte existen dos versiones distintas:

«Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre», Mateo 27:3-8.

Por otro lado, Hechos de los apóstoles cuenta otra historia. «Este, pues, con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. Y fue notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre», Hechos 1:18-19.

Judas, a quien Jesús “trató como a un amigo” (Mt 26, 50)

Los siguientes párrafos están tomados de la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 18 de octubre de 2006:

Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena.

(…) [Varios] pasajes muestran que la traición se estaba gestando: «Aquel que lo traicionaba», se dice de él durante la última Cena, después del anuncio de la traición (cf. Mt 26, 25) y luego en el momento en que Jesús fue arrestado (cf. Mt 26, 46. 48; Jn 18, 2. 5)… La traición en cuanto tal tuvo lugar en dos momentos: ante todo en su gestación, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por treinta monedas de plata, y después en su ejecución con el beso que dio al Maestro en Getsemaní.

En cualquier caso, los evangelistas insisten en que le correspondía con pleno derecho el título de Apóstol: repetidamente se le llama «uno de los Doce» (Mt 26, 14. 47; Mc 14, 10. 20; Jn 6, 71) o «del número de los Doce» (Lc 22, 3). Más aún, en dos ocasiones Jesús, dirigiéndose a los Apóstoles y hablando precisamente de él, lo indica como «uno de vosotros» (Mt 26, 21; Mc 14, 18; Jn 6, 70; 13, 21).

Se trata, por tanto, de una figura perteneciente al grupo de los que Jesús había escogido como compañeros y colaboradores cercanos. Esto plantea dos preguntas al intentar explicar lo sucedido. La primera consiste en preguntarnos cómo es posible que Jesús escogiera a este hombre y confiara en él. Ante todo, aunque Judas era de hecho el ecónomo del grupo (cf. Jn 12, 6; 13, 29), en realidad también se le llama «ladrón» (Jn 12, 6). Es un misterio su elección, sobre todo teniendo en cuenta que Jesús pronuncia un juicio muy severo sobre él: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mt 26, 24).

Es todavía más profundo el misterio sobre su suerte eterna, sabiendo que Judas «acosado por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Pequé entregando sangre inocente’ (Mt 27, 3-4). Aunque luego se alejó para ahorcarse (cf. Mt 27, 5).

Una segunda pregunta atañe al motivo del comportamiento de Judas: ¿por qué traicionó a Jesús? (…) Algunos recurren al factor de la avidez por el dinero; otros dan una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no incluía en su programa la liberación político-militar de su país.

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