Cada 9 de mayo la Iglesia celebra a Santa Luisa de Marillac (1591-1660), mujer de temple extraordinario y gran generosidad, quien encabezó la reforma de los servicios sociales de la Francia de inicios del siglo XVII, especialmente en lo concerniente a la atención de los enfermos y necesitados.

Luisa contrajo matrimonio, pero enviudó. Después encontraría en el servicio al Señor sufriente la razón última de su existencia. Fue cofundadora, junto a San Vicente de Paul, de la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Santa Luisa es un hermoso ejemplo de entrega incondicional al prójimo y de cómo “administrar” un espíritu impetuoso. Ella puso todas sus fuerzas al servicio de la misión que Dios le fue encomendando, pese a la dolencia que la acompañó a lo largo de su vida.

Abrazando la pobreza

Luisa de Marillac nació en París (Francia) en 1591. Fue hija natural de Luis de Marillac, señor de Ferrieres-in-Brie y de Villiers Adam, y de una mujer desconocida, que no formaba parte de la nobleza.

Hasta los 13 años recibió la educación que le correspondía a las niñas nobles, asistiendo al Monasterio Real de Saint Louis, en Poissy. Entre las religiosas que vivían en ese monasterio estaba una tía suya, quien le enseñó a leer, escribir y pintar; además de brindarle las bases de una rica formación humanística.

A la muerte de sus padres y de su tía más cercana, Luisa quedó al cuidado de su tío Miguel. Debido a la precaria situación económica en la quedó la familia, la pequeña Luisa experimentó en carne propia las carencias materiales que sufrían muchos franceses de su tiempo. Tuvo que aprender, por ejemplo, a desempeñarse en trabajos sencillos y a hacerse cargo de los quehaceres del hogar. Su nueva condición social de “señorita pobre” le produjo una suerte de complejo de inferioridad, algo que arrastraría en el alma durante años.

Amando la voluntad de Dios

En su juventud Luisa comenzó a frecuentar el convento de las hermanas capuchinas de Faubourg. Es en esta etapa que percibe los primeros indicios de una posible vocación religiosa. Sin embargo, su director espiritual desaconsejó su ingreso al convento porque su salud era muy frágil -sufría de constantes fatigas, probablemente a causa de algún problema respiratorio-. A la larga, Luisa logró persuadirse de que su camino era el matrimonio y la santidad en la familia.

En 1613, Luisa de Marillac se casó con Antonio Le Gras, con quien tuvo un hijo. Lamentablemente, Antonio contrajo una penosa enfermedad y moriría unos años más tarde.

En 1616, Luisa conoció a San Vicente de Paul, quien se convertiría en su confesor. El P. de Paul en aquel tiempo estaba organizando sus ‘Cofradías de la Caridad’ -grupos de asistencia a los más pobres- con el objetivo de mejorar la situación de miseria que se vivía en el ámbito rural. Para ello, San Vicente de Paul necesitaba a alguien que pudiese ayudarlo y que al mismo tiempo infundiera respeto, alguien que tuviera empatía y la capacidad de ganarse el corazón de la gente. 

Conforme iba pasando el tiempo y San Vicente conocía mejor a Luisa, se dio cuenta de que ella era la persona que había estado buscando. Cuando enviudó, San Vicente le propuso que se comprometiera con la obra. Fue así como Luisa empezó a considerar que quizás Dios la quería en un camino distinto.

Para 1629, la santa sería enviada de visita a la Cofradía de la Caridad de Montmirail. ‘Madame Le Gras’, como la conocían, realizó este viaje con entusiasmo y compromiso.

“Amad a los pobres”

Cuando San Vicente le solicitó a Luisa que forme un centro de capacitación para voluntarias, ella puso a disposición la casa que había alquilado tras la muerte de su esposo. Allí acogió a cuatro candidatas que fueron instruidas por ella en el servicio a los pobres y enfermos.

En 1634, ya comprometida completamente con el proyecto, redactó la regla de vida que deberían seguir los miembros de la comunidad. Cuando San Vicente obtuvo el permiso pontificio para formar una congregación, la regla redactada por Luisa se convirtió en el estatuto de las Hermanas de la Caridad.

En Angers, Luisa se hizo cargo de un hospital que se encontraba en situación de abandono, y, en París, cuidó de los afectados por una epidemia. También socorrió a las víctimas de la llamada ‘Guerra de los 30 años’ y de quienes padecían la violencia cotidiana de París, ciudad grande y turbulenta. Pese a su delicada salud, siempre estuvo presta a servir e irradiar entusiasmo.

Para ese momento el monasterio de las Hermanas de la Caridad se había convertido en la casa de los pobres y los sin hogar, de aquellos que, forzados por las circunstancias, deambulaban por las calles de la capital francesa. Luisa y Vicente enviaban todos los días a los religiosos y religiosas de la congregación fuera del claustro para animar y socorrer a la mayor cantidad de gente necesitada.

En sus últimos años de vida, las dolencias de la santa le impidieron movilizarse. Postrada, antes de partir a la presencia de Dios, dejó un encargo a sus hermanas espirituales: «Sed empeñosas en el servicio de los pobres… amad a los pobres, honradlos, hijas mías, y honraréis al mismo Cristo».

Santa Luisa de Marillac murió el 15 de marzo de 1660. San Vicente de Paul la seguiría sólo medio año después.

Luisa de Marillac fue canonizada en 1934 por el Papa Pio XI. En 1960 el Papa San Juan XXIII la nombró ‘patrona de los asistentes sociales’.

Festividad

La fiesta de Santa Luisa solía celebrarse el 15 de marzo, sin embargo, desde el año 2016, se celebra el 9 de mayo, día del aniversario de su beatificación.

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos -hoy convertida en Dicasterio- solicitó a la Congregación de la Misión –nombre que adquirió la fundación de San Vicente de Paul- cambiar la fecha para celebrar a Santa Luisa todos los años, debido a que “siempre [su día] cae en Cuaresma y es preferible no celebrar solemnidades durante ese tiempo litúrgico”.

El P. Gregorio Gay, Superior General de la Congregación, recibió la mencionada solicitud, fechada el 14 de diciembre de 2015, y así, el 4 de enero del año siguiente, 2016, fue publicado el decreto en el que se dejaba constancia de la aceptación del cambio.

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