Por: Pbro. Abel Alexander Ocampo Higuita
Me sirvo de este texto del evangelista san Juan 14,27 “Mi paz os dejo, mi paz os doy” para introducir esta reflexión sobre el tema de la paz que será causa de diálogo y meditación en la Iglesia colombiana durante esta semana bajo el lema: “arropamos la vida con dignidad y esperanza”, y que se da en el contexto de la jornada mundial por la paz a la que ha convocado el papa León. El papa nos invita a rechazar la lógica de la violencia y de la guerra, para abrazar una paz auténtica, fundada en el amor y en la justicia promoviendo una reconciliación desarmante y desarmada. Una paz que no es simplemente ausencia de conflicto, sino una opción de desarme, es decir, no fundada en el miedo sino en la confianza.
Lo contrario a la paz es la guerra, cuyos síntomas son: división, muerte, odio, pobreza, explotación, secuestro, hambre, ruina, atraso, y un largo etcétera. Estamos llamados a erradicar los síntomas, pero no sin antes hacer frente a la enfermedad con decisión, valentía y valor. No hay nada que degrade y atente más contra la dignidad del hombre y la esperanza de los hombres, que la guerra en todas sus manifestaciones.
Sin darnos cuenta hemos construido en nuestra querida Colombia una cultura marcada por la guerra, la violencia, el odio, la polarización, la injusticia y la corrupción; estas realidades parece que se volvieron paisaje y que las hemos naturalizado de tal manera y a tal punto que hemos aprendido a convivir o a sobre vivir con ellas; la paz se volvió un anhelo casi utópico y un deseo inalcanzable que lejos de ser realidad, se aparta más de nosotros y se aleja de nuestras esperanzas. Parece que reinara la incertidumbre y la desesperanza al no tener certeza de lo que sigue, o lo que es lo mismo, de lo que le espera a nuestro país; la zozobra y la impotencia campean por todos lados y en todos los sectores, parece que estuviéramos a merced de unos, como si la paz no fuera construcción, decisión y responsabilidad de todos.
Es claro que la guerra no hace parte del plan originario de Dios para el hombre, la guerra no obedece al querer de Dios, no es un constitutivo sino un accidente, es una decisión y una elección del hombre. La guerra va en contra de lo que Dios quiere: la paz. Desde las primeras páginas de la Biblia aparece la paz como un valor constitutivo de la creación. El Espíritu actuando sobre el caos informe, permite pasar a la creación del caos al cosmos, realizando así algo bello, ordenado, bueno. En el paraíso se advierte, como lo narra el autor sagrado, la paz y la armonía entre el Creador, la criatura y la creación; la ruptura de esta armonía, causada por el pecado, es lo que introduce el desorden y la guerra entre las creaturas entre sí. La guerra rompe con la paz, el orden y la armonía y establece toda clases de males.
La Iglesia, que conoce y vive la historia de la salvación, es decir, el plan de Dios para el hombre, para todos los hombres, propone la celebración de la semana por la paz, porque sabe y entiende que esta es una manifestación pública y un grito fervoroso y lleno de esperanza a quien es la paz y el dador de ella; la Iglesia comprende que hay que trabajar por la paz y, apoyada en la escritura santa, llama dichosos a quienes lo hacen (cf. Mt 5,9); sabe perfectamente que Jesucristo es su paz (Ef. 2,14) y su esperanza (1 Tim 1,1) y que sin él no es posible ni la una ni la otra, sin él, como dice el salmista “en vano vigilan los centinelas” (Sal 127,1). La iglesia exhorta y enseña a sus hijos a ser promotores de paz y reconciliación, a optar por el diálogo antes que por el conflicto y la beligerancia. La Iglesia es gestora de paz.
Como cristianos que vivimos y profesamos nuestra fe, en la Iglesia, tenemos que vaciar el corazón de todo aquello que engendra guerra y que se convierte en obstáculo para la construcción de la paz; la guerra no es el resultado del proceder de unos cuantos a quienes hemos rotulado como malos o violentos, y hemos condenado y señalado, no, la guerra y la violencia es responsabilidad de todos; todos de alguna manera, hemos contribuido para llegar a la situación en que nos encontramos; es necesario entonces, que con San Francisco de Asís supliquemos: “Señor hazme un instrumento de tu paz”.
La paz fue el gran regalo del resucitado a sus discípulos, esta fue la certeza que los acompañó siempre y que los sostuvo en medio de las adversidades y vicisitudes que tuvieron capotear en el ejercicio de su misión apostólica. La paz es posible y es un don de Dios que tenemos que pedir y por la que tenemos que trabajar sin descanso. La guerra es temporal y tiene que pasar, la paz que viene de Dios permanecerá para siempre.

