Pbro. Carlos Enrique Bedoya Restrepo – Delegado Pastoral sacerdotal

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm. 2,4). Este es el plan de Dios, desde toda la eternidad. En este plan salvífico, Dios Padre confió a su Hijo, nuestra salvación. Su Hijo, Jesucristo, que tomó nuestra condición humana en la plenitud de los tiempos por obra del Espíritu Santo (Gal. 4,4; Fp. 2,7), quiso servirse de nosotros para realizar el proyecto salvífico del Padre; por eso, eligió de entre sus discípulos, a doce, a quienes nombró “apóstoles”, para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar su mensaje de salvación (cfr. Mc. 3, 13-14); después de formarlos, en la víspera de su Pasión, los consagró sacerdotes (Lc. 22, 19) y, luego de su gloriosa resurrección les envió el Espíritu Santo (Hech. 2,4; Jn. 20,22)) y los mandó a evangelizar el mundo entero (Mt. 28,19). Así nace la Iglesia, sacramento universal de salvación, sacramento de Jesucristo, como Él es sacramento del Padre.

La Iglesia de Cristo, que “subsiste en la Iglesia católica” (LG 8), hoy está dirigida por el Papa y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, que cumplen la misión de Cristo y que, como ellos, se ayudan de los presbíteros (Tt. 1,5) para poder llegar a todos y cumplir su encargo. Ciertamente esta tarea de la salvación es compromiso de todos, sacerdotes y laicos; pero, sin duda, los sacerdotes tenemos una responsabilidad fundamental y decisiva. De allí se desprende la necesidad urgentísima, para el éxito y eficacia de la acción evangelizadora de la Iglesia, de la debida formación de los ministros, formación que no concluye con la ordenación sacerdotal, que es la formación inicial, sino que, al contrario, ha de intensificarse, a su manera, después del orden sagrado y que constituye, la formación permanente.

El arzobispo, Mons. Hugo Alberto Torres Marín, ha querido “relanzar” el Plan Pastoral, basado en la metodología prospectiva del PEIP (Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular) y por ello ha publicado el Plan Global (2024-2043); pero, para que éste pueda desarrollarse debidamente, y de modo procesual, requiere el compromiso total de sus sacerdotes y de ahí la necesidad de implementar la llamada “Pastoral sacerdotal”, que pretende mantener vivo el ardor y el compromiso evangelizador de todo el presbiterio diocesano. El mismo arzobispo ha decidido ponerse al frente de esta delicada misión, a través de su vicario general, y con el apoyo fundamental de los vicarios foráneos, a quienes quiere dar amplia participación en los procesos pastorales y de fraternidad sacerdotal en las vicarías.

La delegación, con la aprobación del señor arzobispo y el vicario para la Pastoral, ha visto muy oportuno fundamentar este trabajo de la Pastoral sacerdotal en un precioso documento pontificio llamado “Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros”, publicado por la Congregación del Clero en 1994 y actualizado en el 2013 y, por supuesto, anclado en los lineamientos fundamentales de nuestro Plan Pastoral, con el fin de darle a éste, impulso y motivación sobrenatural.

El documento presenta tres fases indispensables en el mantenimiento del ideal del presbítero de nuestro tiempo: su identidad sacerdotal, entendida como “representación sacramental de Jesucristo”; su espiritualidad sacerdotal, entendida como “la profunda relación de amistad con Cristo” (primacía de la gracia); y su formación permanente, entendida como “la necesidad de perfeccionarse continuamente, para ser cada vez más de Cristo Señor”.

Nuestro Plan Pastoral, en el primer paso o quinquenio ya iniciado, pretende que todo el pueblo de Dios que camina en nuestra Arquidiócesis, realice su “Encuentro con Jesús” y para ello es línea transversal fundamental el “ministerio del presbítero”. La delegación de Pastoral sacerdotal está ofreciendo a los sacerdotes este itinerario que, tomado en serio como cuerpo presbiteral y cada uno como ministro ordenado, ayude eficazmente a concientizarnos de nuestra inmensa e inigualable dignidad de sacerdotes y, como consecuencia, renovemos nuestro ardor para acometer, sin cálculos humanos, el mandato misionero del Señor y trabajar sin descanso para hacer de nuestras parroquias comunidades misioneras.

Pedimos al querido y santo Pueblo de Dios, que camina con nosotros en las comunidades parroquiales de la Arquidiócesis, orar continuamente para que el Señor siga enviando operarios a su mies y para que los sacerdotes seamos cada vez más fieles a nuestra triple misión: proclamar fielmente la Palabra, dispensar santamente los Sacramentos y conducir sabiamente la comunidad y nos queramos comprometer en esta tarea de reavivar nuestro ideal sacerdotal, al estilo de Jesús. Igualmente, les pedimos que, siendo fieles también a su compromiso bautismal, compartan con nosotros esta tarea apasionante de caminar juntos en la fe y en la construcción de una Iglesia misionera, que implante el Reino de Dios, realización de la voluntad salvífica del Padre. ¿Cómo pueden hacerlo? Vinculándose a los procesos pastorales parroquiales: lectores, cantores, catequistas, atención a los enfermos y necesitados, animadores comunitarios y, sobre todo, asociándose a una comunidad eclesial misionera (CEM), espacio donde, en sinodalidad, se vive auténticamente la fe y se construye la Iglesia.

Sacerdotes “renovados” posibilitarán comunidades parroquiales “renovadas” y éstas producirán vocaciones, de toda índole, para la construcción del Reino y, aún, para la debida corresponsabilidad en la gestión y administración parroquial.