Cada 29 de agosto la Iglesia Católica conmemora el Martirio de San Juan Bautista, precursor de Jesucristo, llamado a preparar los caminos del Señor: “Yo soy la voz que clama en el desierto: ‘enderezad el camino del Señor’, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1, 23).
Juan, primo de Jesús, fue condenado a muerte por haber anunciado la verdad del Mesías y denunciado aquellas conductas del pueblo de Israel que ofendían a Dios.
Antigua y profunda veneración
San Juan Bautista es el único santo al que se celebra tanto su nacimiento (24 de junio) como su muerte (29 de agosto), acontecida por medio del martirio.
El Papa Benedicto XVI, en la audiencia general del 29 de agosto de 2012, recordaba que la memoria [del martirio] de Juan el Bautista “se remonta a la dedicación de una cripta de Sebaste, en Samaria, donde ya a mediados del siglo IV se veneraba su cabeza. Su culto se extendió después a Jerusalén, a las Iglesias de Oriente y a Roma, con el título de ‘Decapitación de San Juan Bautista’”.
Luego, el Pontífice añadía: “En el Martirologio romano se hace referencia a un segundo hallazgo de la preciosa reliquia, transportada, para la ocasión, a la iglesia de San Silvestre en Campo Marzio, en Roma. Estas pequeñas referencias históricas nos ayudan a comprender cuán antigua y profunda es la veneración de San Juan Bautista”.
El relato del martirio
El relato del martirio de Juan el Bautista se encuentra en el Evangelio de San Marcos: «Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre. Porque Juan le decía a Herodes: ‘No le está permitido irse a vivir con la mujer de su hermano’. Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto» (Mc 6, 17 – 29).
Llegó el día en que Herodes ofreció un banquete a los tribunos y principales de Galilea por su cumpleaños. Durante la fiesta, se presentó a bailar la hija de Herodías y fue tal el agrado que Herodes encontró en la danza de la joven que le prometió que cumpliría cualquier deseo que tuviese. Por eso ella, a sugerencia de su perversa madre, pidió la cabeza de Juan Bautista. Herodes sintió pena por Juan, al que escuchaba con gusto, pero no tuvo el valor de rechazar el pedido ni quiso verse comprometido frente a sus invitados. Al rato, la cabeza de Juan le fue entregada en una bandeja.
San Juan Bautista, mártir de la verdad
Benedicto XVI, en la audiencia mencionada anteriormente (2012), añadía: «La Iglesia celebra hoy la memoria del Martirio de san Juan Bautista, el precursor de Jesús, que testimonia con su sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios. Su vida nos enseña que cuando la existencia se fundamenta sobre la oración, sobre una constante y sólida relación con Dios, se adquiere la valentía de permitir que Cristo oriente nuestros pensamientos y nuestras acciones».
Además, destacó que «celebrar el martirio de san Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La Verdad es verdad y no hay componendas».
«La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el ‘martirio’ de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede suceder en nuestra vida si la relación con Dios es sólida. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de una vida de oración fiel, constante y confiada, será el mismo Dios quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de modo feliz y sereno, para superar las dificultades y testimoniarlo con valor. Que san Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre la primacía de Dios en nuestra vida», agregó el entonces Papa.