Mons. Ignacio Gómez Aristizábal

Pensemos en el gran número de religiones existentes en el mundo que no han conocido a Jesucristo y su Iglesia. En este caso, cómo reciben el amor de Dios?. El Concilio Vaticano II, en su Constitución denominada “Luz de las Gentes” nos da una afirmación contundente: Quienes inculpablemente no han conocido a Jesucristo y su Iglesia, honran a Dios como han podido conocerle, cumplen la ley natural que está inscrita en el corazón de todo ser humano, o sea, con una formulación positiva “Hacer a los demás lo que nos gusta que nos hagan, allí está Dios operando en las personas.

EXISTEN DOS AMORES. Existen dos amores: el amor puramente humano que brota de la naturaleza humana y el amor puramente divino que brota de la naturaleza divina. Jesucristo ha previsto al fundar su Iglesia, el medio para derramar su amor divino en el amor humano y así tenemos el tercer tipo de amor que es el amor “humano-divino”. Cuando el amor de Dios se derrama en los sacramentos, se van eliminando los egoísmos, los individualismos y se van inscribiendo las cualidades del amor de Dios.

Por tanto, los Presbíteros y Obispos podemos realizar obras sociales como las educativas y sanitarias, pero el papel propio y específico es ser instrumentos de Jesucristo, para que su amor se derrame en los que le buscan, por medio de la predicación del Evangelio y la administración de los sacramentos.

San Pablo dice: “Si no tengo amor, nada soy”1 Corintios 13, 1-3). Y el Papa Francisco en su bella Carta Encíclica denominada “TODOS HERMANOS” N° 92, nos dice: “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”.

Así pues, la clave para que el desarrollo de la técnica y de la economía sean factores positivos, se requiere que sean en el amor. Desarrollo técnico y económico sin amor puede ser negativo.

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