Por: Pbro. Oscar Alberto Maya Maya – Rector Seminario de la Santa Cruz – Caldas – Antioquia
Hablar de la familia hoy es mirar la realidad con verdad y esperanza. En muchos contextos, las familias viven con esfuerzo y generosidad, pero también enfrentan desafíos comunes: dificultades económicas, poco tiempo para compartir, migración, diversas formas de violencia, ausencia de alguno de sus miembros y problemas de comunicación. A esto se suma una cultura que favorece el individualismo y relaciones cada vez más frágiles, lo que va debilitando los vínculos familiares y enfriando el amor en el hogar.
Esta situación no solo es reconocida por la Iglesia, sino también por pensadores contemporáneos. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han advierte que la sociedad actual, centrada en el rendimiento y la autoexigencia, debilita las relaciones humanas profundas, pues el otro deja de ser acogido y pasa a ser visto como algo funcional. En este contexto, la familia corre el riesgo de convertirse en un lugar donde se comparte el espacio, pero no el corazón.
De manera complementaria, el sociólogo Zygmunt Bauman describe nuestra época como una “modernidad líquida”, en la que los vínculos se vuelven frágiles y fácilmente descartables. Esta fragilidad relacional afecta directamente a la familia, que se ve amenazada por el miedo al compromiso y la dificultad para sostener relaciones duraderas.
Frente a esta realidad, la Iglesia no juzga, sino que acompaña. El Papa Francisco nos recordó que la familia no es un ideal abstracto, sino una realidad viva, con luces y sombras. Por eso, la catequesis y la acción pastoral parten de la vida concreta, ayudando a descubrir que Dios camina con cada familia, incluso en medio de sus heridas.
El tiempo del Adviento ilumina esta reflexión con un himno fuerte y profético: “El mundo muere de frío, el alma perdió el calor, los hombres no son hermanos, el mundo no tiene amor”. Este frío no se refiere solo a la pobreza material, sino al enfriamiento del corazón humano: la indiferencia, la falta de diálogo, el egoísmo y la ausencia de perdón. Cuando el amor se enfría, la primera en sufrir es la familia.
Pero el Adviento no se queda en la denuncia. Anuncia una esperanza. Dios no permanece indiferente ante el frío del mundo y responde enviando a su Hijo. Jesús nace en una familia humilde y sencilla, mostrándonos que el hogar es el lugar elegido por Dios para que su amor se haga cercano y salvador.
La Navidad nos revela lo que hoy necesita la familia: presencia verdadera, para volver a encontrarse y escucharse; ternura, para sanar heridas; perdón, para recomenzar; esperanza, para no rendirse ante las dificultades y fe compartida, para poner a Dios en el centro del hogar. Jesús nace para habitar nuestros hogares, sanar relaciones heridas y devolverle calor al amor humano.
Por eso, la Iglesia llama a la familia Iglesia doméstica: el primer lugar donde se anuncia el Evangelio y se aprende a amar. En un mundo que muere de frío, cada familia cristiana está llamada a ser un pesebre vivo, donde Cristo vuelva a nacer y el amor renazca para todos.

